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jueves, 17 de mayo de 2012

El diablo sobre ruedas

            ¿Es el transporte público de Senegal, el peor del mundo?. En el fragor de la batalla, cualquiera diría que si, pero esperaremos a estar más reposados de un día horrible, para dar una opinión más neutra. Echar la jornada entera, para una distancia de 200 kms, no es infrecuente en Senegal, aunque sea entre grandes capitales. Al viajero le dan rabia, las diferentes incomodidades –ajenas a ser un país pobre y si muy desorganizado-, pero los resignados lugareños, como ocurre en buena parte de África, las sufren en silencio, durante toda su vida.
                             San Louis       
            En África no se viaja por placer, sino por necesidad. El lugareño o lugareña –en este último caso, cargada con un crío de pocos meses, que chupa de la negra teta, compatibilizándolo con comer magdalenas o tomar refrescos-, se trasladan por algo: un fallecimiento, un nacimiento, una enfermedad, un esperado y próspero negocio…Quién sea previsor y dadas las circunstancias, debe contar al menos, con día para ir, otro para volver, otro para el evento y uno más, por si acaso (cosa bastante probable).

            En Senegal hay tres tipos de transporte, con tarifas reguladas, precios muy dispares y muchos pelmas, que viven de ellos. Empezamos mal: el taxi “sept places”, a veces, transporta a nueve viajeros (esto todavía, es más frecuente, en Mauritania). Vale el doble, que lo más económico, aunque tiene cierta frecuencia.
                                                                             San Louis       
Luego está el minibús, de unas 15 ó 16 plazas, que supone una incertidumbre controlada. El “ndiaga ndiaye”, aunque barato e incomodo –cosa que ya dábamos por supuesto-, supone armarse de paciencia y de otras muchas virtudes. que nosotros no poseemos. Para una ruta transitada, puede suponer cuatro horas de espera, entre el calor, las moscas, la incomodidad del asiento y la insensibilidad del transportista y los de la merienda de negros, que le rodean y asisten.

Luego, te expones a controles de policía –normalmente rápidos-, numerosas paradas –con causa o sin ella- y al monótono peregrinar, con sus bolsas, de los escasos vendedores ambulantes, que repetitivamente, comercializan naranjas, a precio europeo, que ni siquiera se recogerían, en casi ningún otro país del mundo. Finalmente y si todo va bien, te puedes enfrentar a cambios de vehículo, aglomeraciones al subir y bajar del transporte –con posibles, aunque improbables robos y pérdidas- y a que te dejen, en mitad de la nada, sin ni siquiera una sonrisa.

            Pongamos un ejemplo, como es el ir de Saint Louis a Dakar: te levantas a las 7:45 de la mañana y tras alguna gestión pendiente, llegas a la estación una hora después. Pasan tres horas y carenta y cinco minutos, hasta la partida del maldito cacharro, una vez que se ha completado la última e incómoda plaza.
 San Louis       
Para hacer 200 kilómetros, empleamos tres horas y media, hasta un cambio de vehículo y otras dos horas y cuarto más, hasta que te depositan en medio de una autopista a ocho kilómetros de la ciudad. Dependiendo de la hora, tienes transporte público o no, para llegar a ella. Aunque, gracias a algún lugareño y a achuchar a algún taxista, finalmente, nos ponemos en el destino, con el deber cumplido, pero con mucho desgaste, que al menos es compartido. Porque, a pesar de todas las inconveniencias de los viajes, en el primero éramos dos personas y en este quinto, seguimos siendo los mismos.
                                                                                              Dakar

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