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viernes, 18 de mayo de 2012

El pelo largo, se queda en Casamance

                                                                           Camino de Ziguinchor  
Estar descalzo sobre el asfalto –aunque seas blanco-, mientras un cosetodo callejero, te remienda las sandalias de piel –compradas en Etiopía-, ya sin hebillas y pegadas con esparadrapo, no es noticia en Senegal. Ni para los transeúntes, ni para el amable cosedor, que además de ofrecernos su propio calzado, nos cuela, delante de otro lugareño bien simpático.

Las agradables noticias del día, fueron que recogimos la visa de Mali y compramos los billetes a Casamance, sin mayores problemas.
Camino de Ziguinchor  
            Antes de partir, coincidimos en la escalera del hotel, con nuestro vecino de habitación, Javier. Dice estar aguantando y adaptándose, a pesar de que lleva cuatro años en el país. Es agradable y emprendedor, dedicando su tiempo y esfuerzos, a exportar pescado congelado, a China. Nunca en otro viaje, encontramos a tantos empresarios españoles. Y, todos coinciden: en España no hay negocio, ni oportunidades de mercado. También, las decenas de emigrantes marroquíes y subsaharianos, que han retornado a sus orígenes, opinan exactamente lo mismo.
                              
            Las vistas desde el ferry a Casamance –sobre todo en su último tramo- son espectaculares, con los manglares e infinitos meandros. El pasaje es muy variado: desde acomodados jubilados franceses, hasta blancos guiados por negros y alguna pareja mixta, siendo ella más joven. Además, josteleros –con rastas y bolsillos a medio pantalón o de más edad y melenas canosas- y lugareños de ciertos posibles, con sus teléfonos móviles táctiles y pagando las cervezas en el bar, a 2000 francos (el triple de lo que valen en tierra firme).
                                                                                Ziguinchor  

            A pesar de ser 10 de marzo, en Ziguinchor hace calor. ¡Muchísimo calor!. De forma discreta, unos pocos militares patrullan la ciudad. Cuando una blanca decide desprenderse de su larga cabellera, en Senegal –o en casi cualquier país de África-, el acontecimiento se celebra con regocijo. El pelo caído, se mima y guarda, posiblemente para ser colocado como postizo, en extensiones, a cualquier lugareña, después de tejerlo con paciencia, con hilos y agujas de ganchillo. En estas peluquerías ni lavan la cabeza, ni tiñen, ni por supuesto, hacen permanentes (¡faltaría más!). Pero, el tema trenzas y apaños varios –como en casi todos los campos profesionales- lo dominan con soltura y desparpajo.
                                                                                               Ziguinchor  

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