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miércoles, 8 de agosto de 2012

De las almorranas, al derrumbe

                                                                                                                                                   Huay Xai (Laos)
Llevamos una semana en Laos y nos están empezando a salir champiñones por las piernas y los brazos. ¡Vaya forma de llover!. Y es que, nos estamos zampando la época de lluvias enterita. ¡Es horrible, esa sensación de tener todo el santo día, los pies mojados y bañados en agua caliente!. Porque en esta zona tropical del mundo, el agua de lluvia es algo más que tibia. Aquí los zapatos y las deportivas, en esta época del año, van directos al armario. Todo el mundo en zapatillas y cuanto más abiertas, mejor
                                        
Aunque donde realmente –y no en sentido figurado- me han salido tres champiñones, uno más grande y dos más pequeños, es entre las dos paredes del culo, dado que llevo ocho días con unas terribles almorranas, que hasta antes de ayer, me impedían casi sentarme. Y no es este, un país lleno de estrechas y montañosas carreteras, abarrotadas de profundos baches, el mejor lugar para padecer hemorroides. Los recorridos en incómodo bus, de siete u ocho hors de duración, se han hecho interminables y tortuosos, en estas condiciones tan lamentables.
 Luang Prabang (Laos)
            Pero como hasta en el extremo sufrimiento ocurren cosas divertidas, nos hartamos de reír, comprando un anti hemorroidal, en un pueblecito de Tailandia, pegado a la frontera de Laos. La farmacéutica solo hablaba Thai y al hacerle el gesto del culo, nos quería vender supositorios. Ja, ja. ¡Lo que me faltaba!. Al final, nos abrió el mostrador y nos dijo, que buscáramos nosotros mismos, entre todos los medicamentos de la tienda. Y lo bueno es, que no tardamos ni cinco minutos en encontrarlo. Menos mal, porque sino, me habrían llegado hasta los pies.

            Y para colmo el otro día, cuando íbamos de la bellísima Luang Prabang a Vang Vieng, asistimos a un espectacular derrumbe, que tuvo más de cinco horas la carretera cortada y que ocasionó a ambos lados, una interminable retención de varios kilómetros. Daba tanta risa como ternura, ver como trataban de arreglar el desaguisado, con métodos casi del pleistoceno: Metiendo un camión hasta que se empantanaba y luego tirando hacia atrás con otro, al que le unía una cuerda. Teníamos que haber llegado al destino a media tarde y lo hemos hecho ya, en los albores del nuevo día.                                           Camino de Vang Vieng (Laos)

            Debido a esto, encontramos hotel de milagro. Pero los que más suerte tuvieron fueron los mosquitos, que me han puesto la espalda, como un desierto plagado de dunas. Esperamos que los bicharracos en cuestión, no sean de los changos, de los de la malaria, porque solo de pensar en sus síntomas, me pongo a temblar.

            Y eso que habíamos sido de los más precavidos. Como el lugar del derrumbe estaba en mitad de la jungla, justo al atardecer, nos llenamos de repelente brazos y piernas, nos pusimos pantalones largos y una sudadera blanca, que con el calor tropical reinante, nos asfixiaba cada vez más. Lo mismo hizo una pareja de alemanes. Pero el resto de turistas y lugareños, con toda la alegría del mundo, luciendo piernas, brazos y hasta pectorales. ¡Ni una sola precaución y luego a chutarse de Malarone!
 Camino de Luang Prabang (Laos)
            Quien acabó haciendo negocio del derrumbe, fue una simpática y joven laosiana, que se puso al borde de la carretera, primero a vender piñas y luego la fueron surtiendo de galletitas, papas fritas y otros snacks, que nos salvaron la vida, a los que no llevábamos comida, pensando que el conductor iba a parar en algún lado. Pero no lo hizo, porque los chóferes de autobús solo paran aquí, cuando tienen hambre ellos y este debió salir comido de casa. La chica resultó ser muy honrada, porque al no existir más oferta, podría haber vendido por cinco veces más, toda la mercancía. Pero sin embargo, la cobró al mismo precio, que en cualquier mercado del país.

            Laos es el país más rural que hemos visitado jamás. Aquí llaman ciudades, a núcleos urbanos de 15.000 habitantes, que consisten en dos calles alargadas de casas bajas, con otras perpendiculares que las cruzan. Casi hasta Vientiane, la capital de la nación, parece un pueblo. Pero los paisajes son increíbles, sobre todo los que discurren, a ambos lados del río Mekong, uno de los más fascinantes del mundo, a pesar de su denso y pastoso color marrón            
                                                  Vientiaane (Laos)
Estamos contentos, porque la calidad de nuestros alojamientos y de la comida, ha mejorado bastante, con relación a Tailandia y el precio no se ha incrementado. Nos hemos comido unos arroces fritos con carnes diversas y curry, que están realmente deliciosos.

1 comentario:

Eva dijo...

Este texto fue escrito, el 19 de julio de 2.008.