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sábado, 23 de septiembre de 2017

Cosas, que aprendí de Tokyo, durante la primera tarde (parte I, de III)

                                 Sobre estas líneas, un retrete de Tokyo y debajo, fotos de la misma ciudad
          Normalmente, aprendo rápido, porque me encanta observar y además, nuestro aún no tan lejano viaje a Corea, me sirvió de nexo transmisor y de recuerdo, en nuestra primera tarde en la capital nipona. El orden de lo contado a continuación es, según lo fuimos viendo y no, por criterios de mayor o menor importancia.

          Empezamos descubriendo, en el propio aeropuerto, lo confortables que son los baños de este país, con tazas que se calientan, que emiten música o sonidos de agua corriente para evitar los ruidos o que evacuan automáticamente en cuanto te levantas, entre otras muchas opciones. Y, como añadido a tener en cuenta, en el centro existen numerosos baños gratuitos y todos se hallan inmaculados

          El acoso a los fumadores es tremendo y aceptado por los lugareños. En muchísimas calles está prohibido fumar y marginan a quien lo hace -de forma legal y establecida-, a callejones semivacíos y algo truculentos -para ser Japón-, donde además, han instalado maquinas de bebidas y tentempiés para acompañar al tabaco.

          No resulta nada extraño, después de unas pocas horas de estancia, toparse, constantemente, con operarios o voluntarios controlándolo todo, bien sea para que no te atropellen en un paso de cebra difícil, que no te caigas en una zanja - todos ellos vestidos como si fueran un árbol de navidad, en este caso-, ordenando la cola de un autobús o abriéndote los ascensores de cualquier edificio o centro comercial.

          Tokio se presenta esplendorosa, como una ciudad sin un solo papel en el suelo, con el mérito, como en Corea, de que no existen casi papeleras. Me toco llevar en la mano por más de treinta minutos de paseo, un folleto publicitario. Así, que os recomiendo, no cogerlos. ¡Y más de dos horas, una lata de alubias traída desde España y que nos sirvió de tentempié antes de empezar, a organizarnos!.

          Todo el panorama de un largo paseo está rodeado de edificios y, de repente, aparece un parque de atracciones, un templo milenario o un jardín espectacular. ¡Es la la leche!.

          Nos extrañó, que en un país tan avanzado, den bolsas para todo, aunque en los supermercados y en tu cesta, puedes incluir una tarjeta prefabricada -que está disponible en las cajas de salida- para indicar, que no la quieres. En estos establecimientos no existen paneles para detectar los artículos robados o portados por despiste y tampoco hay rastro de torniquetes en el metro. ¡Se fían de las personas!.

          Si quieres sacar dinero con una tarjeta extranjera, vete a una tienda de conveniencia -abierta las 24 horas-, como el Seven Eleven y no a un banco o cajero convencional. La tasa de cambio en los muy escasos garitos especializados resulta nefasta.

          La mayoría de las personas te da ayuda sin pedírsela, en el momento que detectan, que tienes alguna dificultad. Cuando se la solicitas, directamente, se vuelcan. Son muy educados, tranquilos -aunque los hemos visto alterarse- y respetuosos con las normas sociales, tradicionales o cívicas. Pero no bajéis la guardia, porque también pulula algún sinvergüenza, como el que nos intentó estafar dos mil yenes en un hostel, de Asakusa.

          Pero, como perfectos no pueden ser, apadrinan un enorme fallo: Tokio es una ciudad intransitable para los peatones, debido a las bicicletas -sí, otra vez, los ciclistas-, que campan a sus anchas por las aceras, cometiendo todo tipo de imprudencias, que son consentidas y fomentadas por las autoridades, supongo, que alegando la falta de espacio para construir carriles-bici


          Para terminar esta primera entrega, decir, que a los tokiotas -si así se los puede llamar-, no les gustan demasiado los perros, como mascotas.  

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