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domingo, 8 de octubre de 2017

Hechos cotidianos, que sorprenden, en India

                                                     Todas las fotos de este post son, de Mandi (India) 
          Como si fueran discípulos fervientes del ancestral Tejero -que a los nacidos en los años 70 o más, casi ni les sonará y a mi, solo de muy niño-, los indios respetan a todo lo que se tira o permanece en el suelo. Da igual, sea humano, animal u objeto

          Hasta por la agradable y peatonal Shimla, cuando avanzan detrás de ti, te van clavando los dedos en la espalda, para que te quites o corras y cuando vienen de frente a ti, se encaran y no tienen la más mínima dificultad en llevarte puesto (son peor ellas, porque con su corpulencia, parecen el expreso del Himalaya ). Y, tú dices: ¿Pero si van esquivando a los perros espatarrados en el suelo, a las desganadas vacas, a los borrachos durmientes, a los mendigos..., por qué no a las personas normales en posición erecta?

          Y, te lo empiezas a tomar como algo personal o de racismo. Pero, nada de eso. Si llega la medianoche y te tumbas en medio de la estación de buses o de trenes, nadie te molestará, ni arrollará, aunque seas extranjero. Te rodearan y creo, que si hasta se lo pides, te harán cortejo y reverencias.

          Por diferentes motivos logísticos y en este viaje, nos está tocando pasar largos periodos en estaciones de estas características y creedme, que son uno de los sitios en donde más seguro te puedes sentir, en India.

        Como andábamos ayer más relajados y menos inmersos en el día a día, dos hechos, parece, que aquí cotidianos, a pesar de encontrarnos en la civilizada y educada Shimla, nos vinieron a sorprender.

          En el primer caso, un hombre le tira gran parte de las bebidas al chico de un puesto. Pone cara de, “¿quién ha sido?”, mirando a su alrededor y sigue a lo suyo. Las botellas empiezan a rodar y nadie se inmuta, ni siquiera el del tenderete. Solo y tras un rato, cuando un perro va a hincar sus dientes en una de ellas, un lugareño hace de Messi, le mete un dribling en un palmo de terreno con los envases y entonces sí, otro chico se arrima a recogerlos.

          Un día más tarde, en la oficina de reservas de la terminal de buses de esta misma ciudad, aguardamos nuestro turno con paciencia. De repente, un joven enfadado, decide estampar su bota de montaña contra la ventanilla, haciéndola añicos. No pasa nada y se va tan campante. A la media hora, llega el que vende los billetes, con naturalidad y sin preguntar siquiera lo que ha pasado, comienza a golpear los restos de la cristalera, que salen lanzados hacia todos los lados (incluso hacia nosotros).

        Luego -teniendo papeleras cercanas-, los arroja hacia un andén. Es probable y más siendo de noche, que el próximo bus que aparque allí, pinche sus ruedas. Y él, a despachar billetes con toda naturalidad. La vida sigue y dos horas después mientras paseábamos por ese mismo sitio,vimos que un barrendero estaba recogiendo los restos y tirándolos a un contenedor.

          Con pena y tras pasar la noche en la estación, muertos de frío, partimos de madrugada, hacia Mandi. Y, nos hemos encontrado con una de las grandes sorpresas del viaje, con su decadencia controlada y sus magníficos templos. Y, además, el mejor chow mein de varios viajes, con el permiso del de Calcuta.


          Parece que también los granos, que me acompañan desde Delhi, en pecho y espalda, van remitiendo, después de intensos picores. De momento, no encuentro ninguna garantía razonable para exponeros, que vamos a cumplir los objetivos iniciales de este viaje por India. Primero, porque no creo que nos de tiempo y segundo, porque estamos muy cansados de viajar tanto de noche o dormir en lugares diversos, que no son hoteles. Cuando viajar a India, se convierte casi en la rutina de ir a hacer la compra al Mercadona, os aseguro, que quien no tiene precisamente el problema, es la empresa de Roig.  

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