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lunes, 9 de octubre de 2017

La reconciliación con Manali

                                              Todas las fotos de este post son, de Manali (India)
        Me habré repetido mil veces, pero no me cansaré de decirlo: en la vida cotidiana de India -en esta caso da igual, la del norte, que la del sur-.cuanto más grande sea el problema, más cercana se encuentra la solución.
       
          Esta misma tarde, en una enguarrinada y estrecha calle de Manali, cuando veníamos de la “whine shop”, un coche de gama alta aparcado en todo el medio, impedía el paso de un arcaico camión. Ni pitidos -ya es raro-, ni broncas, ni reproches... No sabemos cómo, apareció el conductor del vehículo y cuatro transeúntes, que de manera espontanea, se dedicaron a organizar la maniobra -eso sí, cada uno a su manera-, resolviéndose el atasco en un plis plas. Estás listo, si lo que quieres es enfadarte y exigir tus derechos o la ayuda de las autoridades.

          Más tarde y con dejar la ducha abierta, durante un par de minutos, en el hotel -donde estamos solos-, los propietarios dejaron de hacerse los remolones y entendieron, que queríamos el agua caliente prometida. No bajamos a pedirla, para que no trataran de volver a darnos la lata con el jeep para guiris, a Leh (altísimas expectativas nos hemos creado con esta experiencia así que, lo mismo, batacazo al canto). Desde luego, en India, como no acabas arreglando nada es discutiendo o amenazando, actividades -más, que actitudes-, tan típicas de occidente. Otra cosa, muy diferente, es poner límites.


          En total, nos ha costado por partes, unas diez horas, llevar a cabo los poco más de 250 kilómetros, que separan Shimla, de Manali. Nada, comparado con las previsibles veintiuna, para acometer los 474 y llegar, desde aquí, a Leh, por una de las carreteras más bonitas, pero peligrosas del mundo, sobrepasando los 5.500 metros de altitud.

          De eso, ya hablaremos en siguientes entradas. Hoy toca, la reconciliación con Manali, que tan indiferentes nos dejó en nuestra primera visita, hace tres años. Seguimos pensando, que es un lugar sobrevalorado -nos gusta más la cercana Vashisht- y al que cada vez, acuden guiris más viejos. Pero, no seamos injustos: el sitio merece la pena, con su zona peatonal y sus bazares, los templos budistas e hinduistas...


          Tratamos de alcanzar el templo de Hadimba, pero después de haber recorrido un kilómetro, nos volvimos, porque ya no somos tan intrépidos, como hace tres años, para manejarnos en el peligroso tráfico indio. Por supuesto, volver a Old Manali, ni nos lo planteamos.

          Han sido tantas horas de viaje contemplando el espumoso y alborotado río Beas, que le hemos cogido cariño. También a esta magnífica y apartada -en un barrio muy colorido y auténtico, donde abundan las tiendas de campaña- guest house, que nos ofreció un chico tímido en la estación de autobuses, al llegar y a muy buen precio, por cierto, para tratar de cazarnos para el viaje en jeep, a Ladakh.

          El llamado “country liquour” de este estado -para nosotros el mejor, el de melocotón-, nos está haciendo la vida más dulce en un territorio, donde el resto del alcohol es caro y la cerveza, resulta prohibitiva. En los restaurantes, por un triste chow mein te cobran el doble, que en otras ciudades, pero nosotros hemos salvado la pantalla, con ricos garbanzos con samosas machacadas y dos salsas: una picante y la otra, agria.


          Volveremos treinta veces a la India y siempre nos sorprenderá algo, te cabreará otra cosa y te sentirás incomprendido, pero siempre, probarás y disfrutará de algo nuevo.

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