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miércoles, 11 de octubre de 2017

¡Y el duro esfuerzo mereció la pena: maravillosa, Leh!

                                             Todas las fotos de este post son, de Leh (India) 
          Tras una noche horrible, de pesadillas, de dormir en un colchón, que más bien se asemeja a una tabla y de padecer los jaleos vecinales, a las ocho y media de la mañana ya estamos en la calle, con el mismo estrés de siempre, para ver la ciudad y resolver los muchos temas pendientes.
     


         Lo primero sería, buscar un nuevo alojamiento, pero como siempre, nos vamos perdiendo de estupa en estupa, de gompa en gompa, de palacio, en fortaleza... y nos da el mediodía. Lo segundo, desayunar y aunque a regañadientes, lo hacemos de una forma muy básica, a base de tritanga.


          A lo largo de la mañana, hemos encontrado la única tienda de alcohol -donde nos tratan de sacar más rupias de la cuenta-: agencias, en las que descartamos volar, desde aquí, hasta Delhi, por caro y, sobre todo, hemos hallado la oficina de turismo, donde una chica muy eficiente, resuelve todas nuestras dudas. Parece, que no estuviéramos, en India.

          Al contrario de lo que nos temíamos, la carretera de Srinagar, a Jammu está abierta y transitan por ella buses estatales. Esto significa, que no tendremos, que volver por la carretera de la muerte, a Manali y que podremos cerrar nuestro recorrido en circulo, a través de Cachemira. Es la mejor noticia del día, aunque el bus desde aquí, a Srinagar, tenga un precio abusivo y tarde unas veinte horas.

          A la una de la tarde, encontramos una guest house a muy buen precio, pero ya hemos pagado en el otro hotel, donde por solo abonar 300 rupias por la habitación, no tenemos derecho a la clave del wifi, ni siquiera pagando: ¡India en estado puro!.

          A decir verdad, Leh resulta espectacular y la incluimos en las cinco ciudades más bonitas de este viaje -no sabemos en que orden-, pero otra vez, nos topamos con una urbe cacharro. En este caso, el tráfico no es complicado -sólo coches y microbuses, sin tuck tucks, ni rikshaws- y apenas encontramos basura, pero el polvo, que se respira y se pega como una lapa en el cuerpo, resulta insoportable. Y, más, porque por una habitación con agua caliente para quitártelo, te piden una fortuna y sino, a ducharte directamente con el agua de los glaciares himalayos.

          Y es, que resulta estúpido aquí, contratar un treking, con lo divertido que resulta el urbano, al recorrer el barrio viejo y también caminando por el resto de la ciudad: aceras de las que para subirlas o bajarlas, debes sortear cinco escalones o tirarte en plancha, montoneras que se asemejan al Everest, barrancos inesperados en cualquier parte y obras por doquier, donde uno coge escombros con la pala y otro, provisto de una cuerda, tira de ella, para que resulte más fácil (supuestamente). Y eso, por no hablar de la subida al palacio o al fuerte, que no llegamos a completar: es escalofriante, andar trepando por esos riscos, a los que tienen respeto hasta las cabras. Los fabricantes de barandillas en este país se mueren de hambre ¡Pobres!

          Esto es así, menos en la cuidada zona de los guiris, rodeada de bolardos , donde no permiten que entre nada peligroso. Salvo una vaca, que se enfada, porque le niegan la verdura de un puesto y enviste a una turista en la ingle. Aquí, hay papeleras cada veinte metros y como, en otros centros urbanos de esta zona noroeste del país, está prohibido fumar y beber en público.

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