Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 7 de marzo de 2016

Planes para un inminente viaje, a Japón

En este orden, fotos de Tokio, Miyajima, Takayama,  Kioto y Nara, no propias (Japón)
          Aunque, aún quedan opciones para el este de Estados Unidos y Canadá o algún otro destino, es Japón, de momento, quien se lleva la palma como destino para un viaje de cerca de tres semanas de duración, en abril o mayo. Es curioso, que en tan sólo seis meses, hayamos hecho esa -casi- misma ruta aérea dos veces (como ya sabéis, en noviembre pasado estuvimos por Corea del Sur) ¡Cosas de la vida!. Nuestro sueño siempre fue conocer ambos lugares en el mismo viaje, pero no ha podido ser.

          Esperemos, que el yen no se siga revalorizando y de al traste con nuestros planes. Miedo tenemos, porque el país del sol naciente -como Cuba-, siempre ha sido gafe para nosotros. En cada ocasión, que hemos intentado ir, ha ocurrido algo negativo e imprevisto. Incluso, llegamos a tener billetes comprados, en junio de 2.011, que tuvimos, que devolver (al menos, recuperamos el dinero).

          Japón tiene fama de ser un país caro. Barato no es, pero si se pueden reducir mucho los costees, actuando con inteligencia y planificando con calma. Hemos visto vuelos de ida y vuelta por unos 480 euros -flexibilidad de fechas-, con Qatar Airways, Aeroflot o Turkish, a Tokio u Osaka.

          En estas dos ciudades, hemos encontrado hoteles por 32 y 18 euros, respectivamente, aunque aún no los hemos ubicado en el plano y pueden no resultar convenientes. En la comida nos adaptaremos a lo que sea más económico. El problema surge con el transporte, porque el precio del tren es prohibitivo y los cómodos pases de una o dos semanas, también.

          Existen muchas guías actualizadas sobre el país nipón -destacan la Lonely y la Azul, en español-, pero casi todas están pensadas para los que compran el Japan Rail Pass, que ronda los 230 euros, para 7 días y 365, para 14. Los que pretendemos viajar de otra forma más low cost, quedamos prácticamente olvidados (dos párrafos referidos a los autobuses, han sido nuestro único botín.

          Pero, que no cunda el pánico, porque existen opciones de hacer un viaje a nuestro destino por algo menos de mil euros por persona. Para empezar, estamos trabajando con varias compañías de buses, a destacar (las dos primeras direcciones son de portales y las segundas, de compañías locales):




          http://highway-buses.jp/

          En cuanto al itinerario, barajamos tres posibilidades, que incluyen solo la isla de Honshu, que girarán en torno al equilibrio entre dos factores: interés del lugar a visitar y coste económico de llegar o permanecer allí. Como veis, todo muy racional y calculado en la planificación, que no en el disfrute en destino.

          1º.- El más ambicioso. Hiroshima y Miyajima, en el oeste; Osaka, Nara y Kioto. en el centro-oeste -con opción de Kurama-; Nagoya y Takayama -con posibilidades para las cercanas
Shirakawa Go y Gokayama-, en el centro-este y Tokio, Kamakura y Yokohama en el oeste -con la duda, de Hakone, a estas alturas-.

          2º.- Eliminar el oeste de Honsu, dado que Hiroshima se halla a más de 300 kilómetros de Osaka, que habría que hacer -sí o sí- ida y vuelta. En estos momentos, se trata del itinerario más probable.

          3º.- Ceñirnos a los lugares de interés, en torno a Osaka o y Tokio, volando entre ambas ciudades, con la aerolínea Jet Star, por 37 euros o conectando por unos 50, a través de Takayama y prescindiendo de la más fea, Nagoya.

          Seguiremos informando.

lunes, 29 de febrero de 2016

Sobre vestimenta, viajes nacionales antiguos y gente joven

                                          Esta y las siguientes nueve son, de Santiago de Compostela
          Cuando el lunes pasado vi irrumpir a Hugo Silva -Pachino, en la serie-, en “El ministerio del tiempo”, vestido con sus ropajes ochenteeros, tuve que acudir a nuestros álbumes más viejos para constatar, que realmente, los encargados de vestuario de la magnifica ficción de Televisión Española, habían dado en la diana. ¡Clavadito!. A ver si los guionistas del serial, nos muestran el número de puerta para retornar a aquella época.


          Y es, que aunque todos recordamos los ochenta y los primeros noventa por la fresca, divertida y magnífica música patria -bandas, que casi aprendieron a tocar poco a poco, disco a disco-, por la Movida Madrileña o por las nulas prohibiciones -que hoy asedian a los jóvenes-, mientras no te metieras con nadie, esa era también tuvo su propia puesta en escena y su vestimenta, como factor a tener muy en cuenta.

          Zapatos de plataforma, botas “pisamierda” y botines, pantalones de pitillo y ceñidos -en el caso de los vaqueros, con un color azul añil clamoroso-, minifaldas y chupas vaqueras -en el segundo caso, o muy anchas o estrechísimas, pero sin punto intermedio-, faldas largas de altos vuelos, camisas de cuadros -estilo leñador de la América profunda- o estampadas y camisetas ceñidas -hasta para los hombres, fulares y pañuelos, hombreras prominentes, pulseras de cuero por decenas, pelo cardado -llamado también, frito-, gabardinas o abrigos “gguardapolvos” -hasta las rodillas-, coreanas... ¡Y `podríamos seguir!. En general y viendo las fotos de aquella época, creo que tanto chicos, como chicas, presentábamos una estética más macarra y trasgresora, que la del siglo XXI.


          Al hilo de la ropa de entonces, me da para escribir el último post vintage -prometido- en varios meses y esta vez, versa sobre nuestros viajes nacionales en los últimos tres años de carrera y en la primera época laboral, en la capital del reino.

          Como tuvimos la suerte de disfrutar de tres becas -entre los dos, siendo dos estatales y una privada- para estudiar, en Madrid, acometimos una situación económica envidiable, que sin dar palo al agua, no sólo nos permitía salir a quemar la capital los fines de semana o festivos -finalmente, hasta los jueves, que se puso de moda-, sino viajar en cada puente, soliendo alargarlos un par de días. ¡Lo mismito, que disfrutan nuestros sufridos estudiantes de estos convulsos tiempos!.


          Sé, que me pueden llover las críticas, por gastarme en fiestas y viajes el dinero del Estado. Pero la cosa funcionaba así: si cumplías los requisitos económicos y aprobabas todas las asignaturas, la Administración no se metía en tu vida.

          A tan acelerado ritmo, España se nos quedó pequeña en pocos años. Visitamos la Barcelona preolímpica y de Gaudí, aunque nos desagradó, que no pusieran tapa con el botellín o tercio (que allí llamaban quinto o mediana). Nos las cogíamos tan gordas, que una noche acabé en un desaliñado bar, a cuatro patas, buscando una lentilla, que a la mañana siguiente apareció dentro del ojo.


          La Visita a Santiago de Compostela se convirtió en muy recurrente, precisamente, por lo contrario de Barcelona: Extraordinarias tapas con el Ribeiro o el Albariño y muy contundentes raciones. La primera vez, que nos dejamos caer por allí, corría octubre de 1.989 y le prometimos al -por entonces, olvidado- Santo, retornar tras 50 años. Lo haremos, en 2.039, pero de momento,, ya hemos regresado más de 20 veces. Enseñad nuestra foto en los bares de las ruas del Franco y la Raiña y seguro, que nos conocen los camareros más veteranos del lugar (hace ya unos ocho años, que no hemos vuelto), pero tenemos constancia, de que la cosa ha cambiado..


          Esta y las dos siguientes son, de Barcelona
          Granada nos fascinó por su gente, sus atractivos turísticos y las tapas más generosas, que hayamos engullido jamás. Yo me preguntaba: ¿Cómo es posible que aquí pongan estos pinchos tan memorables y cierren a mediodía, siendo el negocio rentable y en Valladolid, ni lo uno, ni lo otro?. Aún sigo sin respuesta.

          Y, paulatinamente, cayeron Toledo, Ávila, Segovia, Salamanca, Sevilla, La Coruña, Lugo -tapas excepcionales-, Santander, San Sebastián, León -muy buenos pinchos-, Córdoba... Llegada la mitad de la década de los noventa, podríamos haber redactado con éxito una guía gastronómica y de garitos -no sé, si se sigue utilizando esta palabra- de casi toda España.


          Y siempre, guiados por el mismo patrón, para no despistarnos. A saber: pensión de mala o regular muerte, visitas desde el mediodía hasta la hora de comer y a media tarde, menú del día económico y generoso y cervezas y copas hasta el amanecer. Y, cómo podéis ver, estábamos delgados.

          Como cabía suponer, este país ha cambiado mucho en estos 25 años. Para bien y para mal, así que no hay, que dramatizar. Ha mejorado muchísimo el aspecto urbanístico de las ciudades. Los sucios, viejos y caóticos cascos históricos de la época, se peatonalizaron y remozaron, haciendo de localidades, como Bilbao, Sevilla o Valencia -por poner tres ejemplos- auténticas joyas para el viajero (algo paralelo ha pasado, en Italia).
                                    Las tres siguientes son, de Madrid y la de arriba, de Vigo

          Pero la cosa ha empeorado muchísimo en cuanto a la diversión, que ofrecen las urbes, sobre todo para los jóvenes, limitándolos al botellón -que nosotros ya hacíamos, como no única opción, en lugares públicos y sin que nadie se asustara- y a actividades culturales gratuitas a las que no van, porque no están pensadas para ellos.

                                                                           La De abajo es, de Sevilla
          Muchas de las zonas de vinos y copas se han transformado o han desaparecido y los precios -democráticos, antiguamente- se han puesto imposibles para buena parte de los ciudadanos. Una caña en un bar costaba 30 céntimos, en 1.989. Hoy en día, como mínimo -y salvo recientes opciones low cost, ha quintuplicado su precio. Si la carne hubiera hecho lo mismo, un kilo de unos filetitos de ternera valdría 30 euros, en 2.016


          Siempre digo, que a mi la propina del instituto -de tipo medio- me daba para fumar durante toda la semana y salir viernes y sábados. Creo, que para seguir nuestro ritmo, hoy en día, harían falta setenta u ochenta euros semanales. El actual barato acceso a la nueva tecnología es estupendo, pero no podemos descuidar los foros públicos de contacto físico y mandar a los jóvenes a un parque, a darse al biberón.                                    Barcelona

domingo, 21 de febrero de 2016

Conexión vintage

                                                                 Amsterdam, 1.990, arriba y Praga, 1.991, abajo
          Aunque las fotos de este post puedan parecer bastante vintage o incluso, para algunos, de tintes viejunos, debo indicar a los más jóvenes trotamundos -que han sido paridos con la creencia, casi cierta, de que el mundo cabe dentro de un teléfono móvil-, que esto era la alta tecnología a finales de los años ochenta.


     Estambul, 1.994, arriba y Budapest, 1.991
          Corrían tiempos, en que para escuchar música en la calle se necesitaba un walkman y en casa una cadena; para hablar por teléfono una cabina telefónica y para tener fotos al instante, sólo era posible con una rudimentaria Polaroid, hoy pieza olvidada de museo. 


                                                           Arriba, Praga, 1.991 y París, 1.990
         Palabras como casete, vinilo, carrete fotográfico, UHF o Mama Chichos, eran tan populares entonces, como hoy lo son, whatsapp, e-mail, pirateo, Gran Hermano VIP o spotify. La twitter de aquellos tiempos no era otra cosa, que pasarse notitas en clase, que iban de mano en mano. Eso sí, comíamos con cuchara, cuchillo y tenedor, calzábamos zapatos o deportivas y hacíamos botellón en calles y plazas, así que lass cosas en lo esencial, tampoco han cambiado tanto.
         
                                     Arriba, Etambul, 1.997 y Roma, 1.990
          No soy de mucho guardar, pero aún conservamos nuestra vieja Olympus OM707, con la que fueron inmortalizadas todas estas instantáneas, aquí presentes, a lo largo de los últimos ochenta y primeros noventa. Nos la regalaron en 1.986, unos tíos nuestros muy generosos, que habían ganado un pleito millonario por accidente de tráfico. Aunque, no lo creáis, costó más de lo que hoy vale un Iphone 6s: 125.000 pesetas o lo que es lo mismo, 752€.

                                  Capadocis, 1.997, arriba y Sofía, 1.997  
         Pero, no es mi intención, hacer de abuelo cebolleta y comparar unos tiempos con los otros y menos para reseñar, como cabría esperar, lo bueno que era lo antiguo y lo malo de ahora. Leyendo  estos días de atrás, algunos relatos míos, ya amortizados, he podido constatar, lo mucho que hemos evolucionado -no sé, si para mejor o peor-, como viajeros. Y es lo que me propongo en estas líneas, analizar esos cambios.

         
                                    Milán, 1.990, arriba y Sofía, 1.997 
          Como ya he escrito en este blog en otras entradas, nuestra trayectoria viajera comenzó una Semana Santa de 1.989, con más de diez días en París (¡mon dieu!). Aunque en esa ocasión fuimos de hotel, los periplos de los primeros 15 años viajeros estuvieron caracterizados por el camping, como forma de alojamiento. Más bien, por tradición familiar, que por ahorro de dinero o mentalidad espartana y sacrificada, porque nos fundíamos hasta el último duro, como si no hubiera un mañana. 


                                        París, 1.990, arriba y Viena, 1.991
          Aún recuerdo, como después de 45 días de alocado e intenso interrail por Europa, en 1.991, llegamos a casa tan campantes y risueños con tan sólo un franco y medio francés en el sufrido bolsillo.


                                                Estambul, 1.994, arriba y Sofía, 1.997
          Más o menos, en este tiempo, nuestras prioridades de mayor a menor por orden descendente eran: beber en grandes cantidades, bares y tapas; visitas turísticas básicas e imprescindibles; ser auténticos -eso incluía, cuanto más mierda encima mejor y la que llamábamos la bolsa del amoniaco, repleta de ropa ya usada-; conocimiento de otras gentes, culturas y viajeros; comer lo que caía en nuestras manos y control del presupuesto (nulo, por supuesto, porque daba muchísima perezita).


                                             Berlín, 1.991, arriba y Budapest, 1.991 
          Especial mención merece lo de ser auténticos, dado que no solo incluía mancharse los pantalones cortos con la grasa de la lata de bonito o la de mejillones, sino que esta también acababa por el suelo, generando imborrables manchas, aunque el lugar elegido fuese un puente sobre un canal de Venecia, la plaza del barrio viejo, de Praga o el coqueto casco histórico, de Korkula, en Croacia.


                                Praga, arriba y Berlín, ambas de 1.991
          En Europa nos conteníamos más, por aquello de la diferencia de precios, hoy casi inexistente. Pero, en España no nos cortábamos un pelo. Hubo un tiempo, mediados los noventa, que controlábamos y nos conocían en las zonas de bares de más de 20 ciudades patrias y no exagero. Es curioso, que teniendo no demasiado dinero, lo despilfarrábamos con alegría, a diferencia de hoy, que viviendo holgados, optimizamos hasta el último recurso económico. ¡Porca miseria!.


                                              Capadocia, 1.997, arriba y Estambul, 1.994         
          2.002, supuso un antes y un después, especialmente en las aventuras nacionales. Sin lugar a dudas, fue el año de los recortes, que aún perduran. Cambiamos, el salir de bares mañana y tarde, por tomar unas cervecitas o unos cubatas en el hotel o camping y redujimos las diarias comidas en bares o restaurantes, a ocasiones esporádicas. ¿La causa?. No miento si aún os digo, que sigo sin saberla.


                                            París, 1.991, arriba y Atenas, 1.994
          También y esto afectó a todos nuestros periplos por el mundo, de forma inconsciente, fuimos reduciendo hasta lo imprescindible, nuestros trayectos en transporte público urbano. Descubrimos lo gratificante de caminar a lo bestia. Así, nos pateamos ciudades, como Nueva York, Beiging, Hong Kong, Seúl, Buenos Aires, Río de Janeiro, Nairobi, Ciudad del Cabo, Londres o Roma por poner unos pocos ejemplos, sin usar bus o metro, salvo en los casos de venir o volver del aeropuerto.


                                                            París, 1.990 y Praga, 1.991
          La última tienda de campaña la tiramos en Irlanda, en 2.006, después de haber viajado por este país, Inglaterra y Escocia y casi no haber podido utilizarla por causas diversas. Hoy en día, ya sólo la usamos para escapadas muy concretas -fundamentalmente, festivales o conciertos-, en verano. Este periodo fue el inicio de una nueva época, en la que dejamos Europa y el norte de África, para abalanzarnos hacia el resto del mundo, a tumba abierta.


                                                               Venecia, 1.990, arriba y Atenas, 1.994
          Además de decenas de periplos de duración corta o media, entre 2.008 y 2.014, pusimos en marcha seis proyectos de viaje de larga duración, a través de cuatro continentes, dejando Oceanía para un séptimo, que esperamos llevar a cabo en no menos de 15 meses, incluyendo otros destinos inexplorados o ya visitados (India).


                                            Viena, 1.991, arriba y Budapest, 1.990
          Acumulamos muchísimas experiencias y casi desde el minuto uno, modificamos nuestros hábitos. Pasamos de turistas a viajeros más reposados -pero no, perezosos-; empezamos a valorar sobremanera la gastronomía de los distintos destinos, como asunto esencial; aumentamos nuestro tiempo diario de exposición en calles, plazas y mercados, para absorber hasta la última esencia; reducimos nuestro consumo etílico, hasta moderarlo; dejamos de pensar, que toda visita era imprescindible -costase lo que costase en esfuerzo o peculio- y a dar mucho más valor a la cultura y la cotidianidad de los indígenas. Pero sobre todo, organizamos mucho mejor nuestro presupuesto, para prescindir de gastos inútiles, aunque sin pasar necesidades. Quien no lleva apuntadas y distribuidas sus partidas de gastos en una aventura larga, no se llega a dar cuenta de la enorme cantidad de dinero, que se puede ahorrar -para estar más días, por ejemplo-, poniendo en marcha una contabilidad básica.


Bucarest, 1.994, arriba y Venecia, 1.990

         Nuestro orden de prioridades, de muyor a menor, quedó de una forma muy diferente al expuesto párrafos más arriba: conocimiento de las culturas y las gentes, compartir tramos de viajes con otros viajeros, la gastronomía local, caminar y caminar, organización del presupuesto y de la contabilidad -da mucha seguridad-, disciplina en el lavado de ropa y orden de nuestros bultos, beber cerveza u otras bebidas alcohólicas, las visitas turísticas imprescindibles e inaplazables...

          Como ejemplo de esto último, hemos estado cinco meses en India -en dos periodos distintos- y tres veces, en la ciudad de Agra y sólo hemos visto el Tej Mahal desde las terrazas, porque no nos da la gana pagar las 850 rupias por cabeza, que nos piden, que es el equivalente a tres días de vida completa en ese país, cuando no realizamos desplazamientos.

    Sibenik, 1.999
          Al margen del carácter personal y de la evolución de nuestros gustos viajeros, resulta innegable, que la tecnología ha modificado la forma de viajar de todos los que vamos siendo un poco veteranos. Hace 28 años, por poner un ejemplo, era imposible hacerse con un mapa de vías férreas de Europa, si no te pasabas tres días sollozando ante el funcionario de RENFE, de la calle Alcalá, de Madrid, para que te dejara hacer una fotocopia en din a4. Hoy en día, como todos sabemos, casi todo es posible, sin levantarse de un sillón y con un simple e irrelevante movimiento de dedo.
                        
          ¿Y qué nos deparará el futuro?. Supongo, que los cambios serán menos drásticos, que con los de la época de la juventud y tenderán a ir siendo más conservadores, paulatinamente. Posiblemente -y esto ya ocurre-, nos hagamos más temerosos, obsesivos y maniáticos, como suele suceder en el lento e inevitable camino hacia la vejez.
                                                                                                               Berlín, 1.991
          No queremos demorar demasiado tiempo el séptimo viaje largo, pues el arranque del sexto hace dos años, ya fue complejo, perezoso y muy convulso, durante las dos primeras semanas, en las que nos fue imposible estar allí y desconectar de lo de aquí. Anteriormente, nunca antes nos había pasado esto.

          Una vez, lo hayamos concluido, seguiremos viajando una o dos veces al año -siempre, que la salud lo permita y el cuerpo aguante-, por periodos, que generalmente y salvo excepciones, no serán superiores a un mes.
Roma es más eterna, que yo y así debe ser